03 junio 2005

Suprema injusticia

Si algo le falta a nuestra corte suprema, es justicia.

Este organismo se ha hecho infalible en su tarea de asegurar la paz social, llegando a resoluciones “salomónicas” que intentan descomprimir los conflictos, mientras se olvida del apego a la ley y de la rigurosidad de su trabajo.

Como ejemplo notable está la demencia subcortical aguda, donde a Pinochet le aplicaron reglas sólo existentes en la Reforma Procesal Penal, siendo que ésta no estaba vigente aun.
Hoy vemos cómo se utiliza un informe adulterado por una empresa privada (adulteración que estaba en conocimiento de la corte al momento de la decisión) como único recurso que podía justificar la prolongación del funcionamiento de la empresa. Mediante este informe, la Corte Suprema llegó a asegurar que la empresa no sólo no aumentaba el hierro presente en el río, sino que sus procesos lo disminuían (ergo, los cisnes cometieron suicidio).

En estos y muchos otros ejemplos vemos la forma en la cual la Corte Suprema ha decidido ejercer su rol: decide políticamente el resultado de sus resoluciones, para luego justificarlas de cualquier manera que sea posible.

Esto puede ser entendible si analizamos caso a caso: El problema tanto económico como social (y político) sería mucho mayor si la planta efectivamente se hubiera cerrado; o si Pinochet hubiera sido encarcelado. Pero el costo a esta política es inconmensurable: la total pérdida de confianza en la justicia en su conjunto, al tiempo que su mayor órgano se aleja de su rol original para entrar a un campo que le es ajeno y donde claramente se desempeña en forma paupérrima: la política y la paz social.

Urge crear una orgánica similar al Tribunal Constitucional o la Contraloría para, tal como éstos tienen la facultad de vetar lo hecho por el Congreso y el ejecutivo respectivamente, frenar los ímpetus de la “justicia” por salir de lo que le corresponde y entregar algo de racionalidad a su actuar.