10 mayo 2005

La política y los jóvenes

A diferencia de El Mercurio, o La Tercera que tienen 3 o 4 editoriales diarias, el diario electrónico El Mostrador sólo tiene una de vez en cuando.. y vale la pena leerlas. En esta ocasión trata acerca de los jóvenes y la política, tomando el hecho de la campaña pro-inscripción en los registros electorales y el descabezamiento del INJUV como señales nefastas y como demostración de dónde están los jóvenes en Chile para el sistema político.
sigue..
Blogger Davor Mimica (www.davorloft.cl) dice...

El episodio protagonizado por el Gobierno a propósito de la campaña publicitaria para la inscripción de los jóvenes en los registros electorales es un ejemplo palpable del por qué los jóvenes están distantes de la política. Más todavía si la situación termina con un golpe de autoridad que manda para la casa a la Directora del Instituto Nacional de la Juventud, y deja vigentes los afiches “más presentables” , desde la óptica de lo que el oficialismo parece entender por decencia democrática.

Pero vamos por parte. Una sociedad que precisa de organismos como el Injuv está reconociendo una inmadurez estructural en el diseño de sus políticas. Y evidenciando que lo que desea es contar con algunos instrumentos burocráticos de mitigación de los efectos perniciosos que ellas tienen en los jóvenes, a saber, discriminación, cesantía estructural, déficit educacional, apatía política y un largo etcétera.

Siempre ronda la pregunta para qué tener un instituto nacional sobre temas que debieran estar atendidos sectorialmente en las políticas respectivas, y no por una organización burocrática que no tiene ni capacidad ni presupuesto para hacerlo. Argumento que adolece de un tufillo corporativista dictatorial o simplemente fascista, y que redunda además en que sus directivos deben parecer y pensar como viejos para acceder a los cargos.

En segundo lugar, el envejecimiento que presenta el padrón electoral nacional es una deficiencia estadística que proviene de cómo está concebido realmente el ejercicio de los derechos ciudadanos y no de la voluntad de los jóvenes. Este envejecimiento no existiría si la inscripción fuera automática y el voto voluntario. Porque ahí se estaría, efectivamente, en el centro del ejercicio de voluntad ciudadana efectiva de voto, que es lo que de verdad interesa. Lo más seguro es que la propensión al voto mantendría una media proporcional congruente con lo que existe hoy en día, si contabilizamos como expresión de voluntad a los que no se inscriben.

Pero una visión formalista y abstrusa tiene invertidos los términos en nuestro país. Junto con deslizar un leve pavor oligárquico a la incertidumbre que generaría la nueva masa de votantes, el mundo político formalizado cosifica la inscripción, y la transforma en un acto añejo y sin sentido, que más parece una barrera de entrada a la participación política. El resultado es que los jóvenes no están ni ahí con ir a inscribirse, pero nadie está en condiciones de afirmar que no lo harían si un liderazgo o una convocatoria poderosa los atrae. ¿No estaremos acaso ante un nuevo miedo a la libertad de la sociedad chilena, camuflado de preocupación por los jóvenes?

En tercer lugar, las adhesiones ciudadanas a la democracia provienen de motivos libres y más profundos que una simple campaña publicitaria. Es verdad que las cosas deben ser congruentes, y una convocatoria a cualquier objetivo que sea, se lee de manera integral en sus símbolos, imágenes y palabras. Sin embargo, no existen argumentos de peso para sostener que la aparición de un trasero en una campaña para los jóvenes sería despectiva o mal interpretada por ellos. Que les causaría una impresión más negativa que haberse enterado que en su sociedad se torturaba y desaparecía gente por sus ideas, y que eso era política recurrente en instituciones respetables que demoraron más de treinta años en reconocer públicamente la verdad.

La campaña censurada tenía, en opinión de las autoridades, imágenes lesivas para los símbolos de la democracia. Es una opinión cargada de doble estándar y de prejuicios. El desnudo masivo para la foto de Spencer Tunick fue algo más que un simple acto de subversión ante una opresiva cultura del uso de los espacios públicos, cosa que los jóvenes sufren a diario. Fue también un acto de sanación y dignidad, en un país donde las mayores afrentas y agresiones se hicieron en los cuerpos y mentes de miles de ciudadanos, en el mayor acto de lascivia y obscenidad del poder político, parte del cual aparece hoy reciclado en democracia como guardián de la moral pública.

La construcción de la sociedad democrática precisa de la activación de nuevos ciudadanos, convencidos de la necesidad del ejercicio pleno de sus derechos civiles. También por el ejercicio efectivo de la autoridad cuando ello es necesario. Ni lo uno ni lo otro puede basarse en una simple formalidad o en la repetición acrítica de prejuicios propios de sociedades autoritarias. Cuando ello ocurre, como en el caso del Injuv, se nota demasiado, y el efecto natural es que los jóvenes se alejen de un gesto que catalogan como de viejos vinagres.

1:34 p. m.  

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